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Espadachines. Entremés original de Benjamín Gavarre.

  

         


                







Espadachines

 

Entremés original de Benjamín Gavarre                          

 

Maravedí

Beltrán

Narrador                               

 

 

PROLOGO

 

Sale narrador vestido como personaje del teatro de tiempos de Shakespeare, pero con telas, colores y accesorios de nuestra época.

           

Narrador. — Ah, miserable de mí. Ya lo pagarán muy caro quienes me han encargado hablar sobre estos dos. Y ya saben: se trata de dos espadachines legendarios, Zafír y Agenón.  Sus nombres resonaban en cada rincón del reino, sin embargo, el motivo de su rivalidad era un enigma.

 

Detrás de un gran biombo forrado con tela translúcida podemos ver las siluetas de los espadachines que supuestamente están fuera de escena, aunque a veces asomen la cabeza o los brazos. Por lo general podemos ver sus expresiones corporales así como, también, escuchar sus voces.

 

Voz 1 (Maravedí). — Ya se equivocó otra vez este idiota. ¿Que nos llamamos Zafir y Agenón?

Hay que decirle.

                                    

Voz 2 (Beltrán). — A mí no me disgustan los nombres Zafir y Agenón. Ya déjalo así. La próxima función lo corregimos.

 

Voz 1 (Maravedí). — Hey, Narrador. No somos Zafir y Agenón. Somos Beltrán y Maravedí. Maravedí y Beltrán. Corrígelo, si no ya sabes.

 

Narrador. — Déjenme consultar mis notas. Ah, sí, como les decía Maravedí y Beltrán eran dos espadachines enigmáticos. Sus nombres resonaban en cada región del reino, sin embargo, el motivo de su rivalidad es un enigma.

 

Voz 1 (Maravedí). — Ya te volviste a equivocar. Repetiste lo del enigma. Y ya habías usado lo de enigmáticos, suena mal, sabes. Y la verdad el motivo de nuestra rivalidad no es para nada un enigma: nos gustan los desafíos y la aventura.

 

Voz 2 (Beltrán). — Sí, nos gusta pelear.

 

En ese momento los dos espadachines Beltrán y Maravedí salen del biombo y comienzan una pelea de esgrima y de insultos.

 

Beltrán. — Miserable cretino.

 

Maravedí. — Mentecato.

 

Beltrán. —Pedazo de animal.

 

Maravedí. — ¿Ahora se trata de ofender, ah, pues tú eres un imbécil.

 

Beltrán. — ¿Sí? Tú eres más imbécil, creído.

 

Maravedí. — Hazmerreír.

 

Beltrán. — Tú, Hazmerreír.

 

Pausa.  

 

Maravedí. — Por qué estamos enojados.

 

Beltrán. — No sé. Tú empezaste.

 

Maravedí. — Qué te parece si continuamos con la historia.

 

Beltrán. — Me parece bien.

 

Maravedí. — Vamos.     

 

Se van detrás del biombo y continúan con su pelea.

 

Voz 2 (Beltrán). — Ya ves, es más fácil si no nos insultamos.

 

Voz 1 (Maravedí). — Lo dicho, eres un idiota.

 

Voz 2 (Beltrán). — Me has dicho idiota, tú eres un idiota. Lo que sea. Esto merece un duelo.

 

Voz 1 (Maravedí). — ¿Eso crees, idiota?

 

Se pelean detrás del biombo. Se escuchan golpes y ruidos de metal y algunos otros ruidos raros.

 

Narrador. — Zafir y Agenón se enfrentaban constantemente; se batían a duelo. Todo el tiempo.

 

Voz 2 (Beltrán). — Que ya te dijimos: somos Beltrán y Maravedí.

 

Voz 1 (Maravedí). — Ya déjalo, es un narrador muy torpe y morirá por sus palabras. Vas a morir, escuchas, vas a morir por tus torpezas.

 

Narrador. — (Corrige los nombres) Beltrán y Maravedí eran dos espadachines legendarios. Sus nombres resonaban en cada rincón del reino, sin embargo, su rivalidad era un enigma. Ellos se enfrentaban constantemente en duelos que sacudían la tierra, pero nunca se conocían las razones de su odio. Algunos decían que era una maldición ancestral, otros que era simplemente la naturaleza de ambos.

 

Voz 2 (Beltrán). — Ya escuchaste, sigue con lo del enigma. Este narrador no sirve, hay que cambiarlo.

 

Voz 1 (Maravedí). — Pues yo no estoy de acuerdo.

 

Voz 2 (Beltrán). — Tú nunca estás de acuerdo.

 

Voz 1 (Maravedí). — Oye… Me siento ofendido por tus palabras.

 

Voz 2 (Beltrán). — ¿Estás seguro?

 

Voz 1 (Maravedí). — Esto merece un duelo.

 

Voz 2 (Beltrán). — Faltaba más. En guardia, miserable.

             

Narrador. — Ellos se enfrentaban en campos de batalla, en bosques silenciosos, en ciudades legendarias. Cada duelo era un espectáculo, una danza mortal de acero y agilidad. A pesar de sus habilidades, ninguno lograba vencer al otro definitivamente.

 

Voz 1 (Maravedí). — Ya cállate, Narrador. Yo he sido capaz de vencer a mi enemigo en innumerables ocasiones.

 

Narrador. — Es necesario decir que Zafir ha sido capaz de vencer a Agenón en innumerables ocasiones.

 

Voz 1 (Maravedí). — Te volviste a equivocar, Narrador. No somos Zafir y Agenón, somos…

 

Voz 2 (Beltrán). — Beltrán y Maravedí… Y lo que dice Zafir es falso… Yo soy el que lo ha vencido en innumerables ocasiones… Él tiene manitas de presumido; yo sí soy valiente y ponedor.

 

Narrador. — Es necesario decir que Beltrán, que Agenór… Que Maravedí… Oigan, yo ya no entendí… Quién es Maravedí y quien es Agenor…

 

Voz 1 (Maravedí). — Eres tonto o qué te pasa. Deveras. Vas a lograr que te corte la cabeza.

 

Voz 2 (Beltrán). — Hay que ir a decirle. Salgamos y le explicamos quiénes somos.

 

Voz 1 (Maravedí). — No mejor que él venga.

 

Voz 2 (Beltrán). — Mejor que ya empiece nuestra escena y que él nada más nos anuncie.

 

Voz 1 (Maravedí). — Eh, señor narrador tarado, venga para acá. Le vamos a explicar.

 

Narrador. — (Les grita) No hace falta, ya entendí, nada más los anuncio y ya después ustedes salen, ¿de acuerdo?

 

Voz 1 (Maravedí). — Ya qué.  De acuerdo.

 

Narrador. — Esta es la historia de dos grandes espadachines. A pesar de sus habilidades, ninguno lograba vencer al otro. Un día, mientras se preparaban para otro duelo… uno de los dos espadachines… llamado…  Bueno… Pongan mucha atención… Vamos a empezar…

 

El narrador sale de escena .

 

Oscuro.          

 

 

 

Escena 1

 

Música de tensión.

 

Se escucha una multitud emocionada.

 

Entra a escena Beltrán, un espadachín diestro con capa y espada. Camina hacia atrás.

 

Beltrán. — (A Maravedí, que todavía no está en escena) Ah mísero traidor, crees que acorralándome de esa manera me has de derrotar.

 

Entra a escena Maravedí. Muy fiero de inmediato embiste con su espada a Beltrán. La multitud también acompaña esta entrada.

 

Maravedí. — Vade retro, Beltrán Beltranejo, que es lo único que sabes hacer, irte para atrás como un miserable bellaco porque no se te da el arte de la esgrima.

 

Beltrán, enfrenta con pericia los embates de Maravedí.

 

Beltrán. — Vade retro ahora tú, hazte pa‘allá porque no sabes ni lo que significa ‘vade retro’. Hazte pa’allá.

 

Maravedí. — El que no sabe nada eres tú, Beltrán Beltranejo, yo sí estudié, vade retro no es hazte pallá, es vete patrás. “Hazte para atrás”. Así como ahora te pido que te hagas para atrás.

 

Beltrán. — Cómo así.

 

Maravedí. — Cómo que cómo.

 

Beltrán.— ¿Cómo?

 

Maravedí. — (Lo alcanza con su espada) Así. Te he dado una estocada.

 

Beltrán. —(No se inmuta) ¿Estocada decís?

 

Maravedí. — Estocada digo, que ya te di, te di con mi espada en tu gallardo cuerpo.

 

Beltrán. — Pues no siento nada.

 

Maravedí. — Pues que te he dado. Puedo ver que te desangras.

 

Beltrán. — No será para tanto.

 

Maravedí. — Que sí, que te está saliendo sangre de tu gentil figura.

 

Beltrán. —Que no.

 

Maravedí. — Que sí, que te he desatado unos listones. Unos listones rojos, unos listones rojos como la pasión, una pasión desbordada, una pasión que se enaltece con el cielo.

 

Beltrán. — Cálmate, mi noble contrincante. No me vengas aquí con poesía. Nadie, te lo juro, nadie quiere escuchar tus dulces versos.

 

Maravedí. — Y por qué entonces dices que son dulces.

 

Beltrán. —Es un decir. Es decir es una forma de hablar.

 

Maravedí. — Ah, sí, entiendo. Es una cuestión meramente retórica.

 

Beltrán. — Cómo.

 

Maravedí. — Cómo que cómo.

 

Beltrán. — Vais a pelear o seguiréis con tus cosas de presumido.

 

Maravedí. — (Le da otra estocada) Ya cállate, envidioso. Aquí tenéis, te doy ahora una estocada magistral… y ahora admite que te he vencido en buena lid.

 

Beltrán. — No estoy de acuerdo, hiciste trampa y me queréis engatusar con tus supuestas palabras elegantes.

 

Maravedí. — Así acostumbro a hablar, no es mi culpa si vos no podéis entenderme.

 

Beltrán. —Ya, ya, deja de insultarme, que ya sabéis que yo siempre he sido más fuerte… y Más valiente… está bien. Te concedo la victoria.

 

Maravedí. — No seáis tan magnánimo. Yo te gané.

 

Beltrán. — Puede ser que sea muy magna…nino, lo que sea, pero entonces exijo la revancha.

 

Maravedí. — Ya sabes que siempre estoy dispuesto. Pero primero recupérate, amigo. Atiende esa herida.

 

Beltrán. —No es necesario, no. Los héroes como yo dejamos que sanen solas las heridas.  Somos fuertes, somos machos, somos… mucho más que machos, somos…

 

Maravedí. — Entonces hasta dentro de tres días.

 

Beltrán. —Es una cita.

 

Maravedí. — No, no es una cita, Válgame la providencia, es un acuerdo.

 

Beltrán. —Va que va, así quedamos.

 

Maravedí. — Eso es, es un acuerdo. Hasta entonces caballero.

 

Beltrán. —Hasta entonces, sin duda. Tú.

 

Salen los caballeros y se esconden tras el biombo.

 

 

 

Intermedio

 

La iluminación representa un atardecer y luego de un breve oscuro representa un día soleado.

 

Llega el Narrador a la escena.

 

Narrador. —  Ya desde muy temprana edad estos dos caballeros daban muestras de estar muy enojados y con ganas de pelear. Vivían en el mismo reino y compartían los dos el gusto por las peleas.

(Consulta sus notas)

Y bien… el motivo de su rivalidad era un enigma… Desde muy pequeños… Sí. Hay que decir que no se sabe mucho de ellos, sí, no. Es sabido que crecieron en el mismo reino… Y no, no eran hermanos, aunque solían estar siempre juntos. No eran príncipes, pero recibieron siempre la mejor educación. Bueno al menos uno de ellos fue a la escuela. El otro también tuvo… Tomó lecciones de caballería, de hecho los dos aprendieron a usar la espada, desde pequeños. No eran parte del reino… Es decir, no eran hijos del Rey, pero al parecer el Rey los tenía en alta estima. Los quería mucho y los protegía.

El Rey los favoreció con su gracia y crecieron juntos, pero eran de diferentes padres. No. No se sabe muy bien quienes eran sus padres, pero el Rey hizo que recibieran una muy buena educación… Y ya se sabe, el motivo de su rivalidad era un enigma, o quizá no tanto, les gustaban los desafíos y las peleas. Siempre peleaban, pero estaban siempre juntos y no, no eran hermanos…aunque siempre estaban juntos… Y… Y vamos a dar paso a la siguiente escena, si ustedes están de acuerdo. Y gracias. Adelante. Continuamos.

Gracias.

 

 

 

Escena 2

 

Entra Maravedí y empieza a pelear solo contra un enemigo imaginario

 

Maravedí. — Ah, hideputa Beltrán, así que te escondes de mí. Sabes que te comportas como un cobarde cuando no vienes a pelear conmigo como habíamos acordado.

Ah. Ah, ah, te voy a desfigurar el rostro. Mira cómo te corto de un cuajo la nariz, mira cómo te corto el cachete con la punta filosa de mi espada, ah caballero, me has deshonrado al no venir a pelear conmigo. Habíamos quedado, cómo es posible que hayas faltado a tu palabra. Beltrán, atiende; es necesario que llegues porque me quiero batir contigo a espadazos. Ejem. Es justo lo que deseo que vengas para que te corte la cabeza con mi espada. Así, así te corto con mi espada, te desfiguro el rostro, te doy una estocada, y otra más y otra… Y el público se enardece, todos gritan, una multitud entusiasmada reconoce mi triunfo sobre ti.

(Se escucha el sonido de una multitud enardecida, y luego silencio)

No es posible que me hayas dejado plantado.

 

Entra Beltrán con mucha energía y da muestras de destreza con su espada. Se oye una multitud que ruge satisfecha.

 

Beltrán. —  ahooo, ahuuuu, aquí estoy yo. Soy un gran espadachín. Mirad, mirad el poder de mi espada. Soy el mejor espadachín de mi generación y muevo la espada con maestría, mirad, mirad, que bien muevo la espada.

 

Maravedí. —  Ah, llegaste tarde Beltrán beltranejo, habíamos quedado en que nos batiríamos a espadazos hoy por la mañana y llegaste tarde.

 

Beltrán. — Nunca es demasiado tarde para batirnos a espadazos, es decir, nunca es demasiado tarde. Aquí estoy amigo mío. Hagámoslo.

 

Maravedí. — El qué, no comprendo.

 

Beltrán. — Quieres pelear o qué pasa. Aquí estoy lleno de energía para pelear contigo. Vamos a batirnos a espadazos.

 

Maravedí. — Claro, vamos a demostrar que somos los mejores espadachines.

 

Beltrán. — Ah eso por supuesto, y quedará muy claro que yo soy el mejor espadachín.

 

Maravedí. — De ninguna manera, yo soy el mejor. Me queda claro que muevo mejor la espada que tú, además ya te he cortado la nariz y te he dejado una cortada en el cachete.

 

Beltrán. — No me digas, pues cómo así que yo estoy enterito y no he recibido ni una estocada

 

Maravedí. — Sí, creo que me confundí con otro.

 

Beltrán. — Habéis peleado con alguien más.

 

Maravedí. — Sí, no, es decir; es complicado.

 

Beltrán. — ¿Peleas con alguien más el día en que habíamos quedado?

 

Maravedí. — No, es un decir, llegaste tarde y…

 

Beltrán. — Y nada, eso lo considero una afrenta mayor y tendrás que pagar. 

 

Maravedí. — Todo tiene explicación.

 

Beltrán. — Nada. Hoy pagaras tu afrenta, estoy que no me aguanto ni dentro de mi propio cuerpo. Quiero vengarme de ti. Voy a aplastarte la nariz y voy a torcerte el pescuezo.

 

Maravedí. — De eso nada. Hemos quedado en que nada de aplastaduras ni torceduras. Solo pelearemos con la espada.

 

Beltrán. — No eres tú quien pueda recordarme que hay reglas. Te voy a torcer el pescuezo. Deja la espada porque vas a morir ahorcado por mis manos.

 

Maravedí. — No amigo mío, escucha.

 

Beltrán. — No soy tu amigo. Hasta aquí llegaste. He de matarte, déjame que te ahorque.

Maravedí. — Que no, que no, que no es prudente. Ah, y mirad que allá viene la Justicia.

 

Beltrán. — La Justicia dices, pero cómo.

 

Maravedí. — Viene corriendo mirad, vienen dos oficiales corriendo hacía nosotros. Creo que se corrió la voz de que hay peleas de espadas en este lugar.

 

Beltrán. — Será mejor que nos vayamos.  ¿Tienes hambre?

 

Maravedí. — Ya sabes que yo siempre.

 

Beltrán. — Vamos, te invito a comer.                                                        

 

Maravedí. — Y de beber también tengo ganas.

 

Beltrán. — Pero no hemos de beber de más. Ya sabéis cómo os poneis.

 

Maravedí. — Mirad quién habla, si la última vez que bebimos tenías ganas de acabar con todo a tu paso. Fue muy emocionante… Yo estaba seguro de que…

 

Beltrán. —. Tranquilo, tranquilo       

 

Maravedí. — De tranquilo nada, corred, que ya se acerca la Justicia, vayámonos de aquí.

 

Beltrán. — Vayamos presto amigo mío. A comer y a beber se ha dicho.

 

Maravedí. — Eso digo yo; vamos presto, amigo mío. Vamos.

 

Fin

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